martes, 18 de octubre de 2011

Mi lucha diaria

Por las noches, mientras duermo, se va soltando lentamente hasta separarse de mí. Me deja sola y desnuda. Quizás es por eso que en las mañanas me siento, siempre, tan expuesta, vacía y vulnerable. Sí, cómo me dan de duro las mañanas. Cada una de ellas es exactamente igual a la anterior.

Abro los ojos y me doy cuenta que el día ha empezado. Afuera de mi ventana el mundo se mueve a mil por hora y cada uno está inmerso ya en sus actividades cotidianas. Yo, con mucho esfuerzo, miro el reloj y no puedo creer que la noche haya sido tan corta. De nuevo la luz llegó y yo lo único que siento adentro es oscuridad. Levanto la mirada adormilada y la veo ahí. Está en la esquina de mi cuarto, sonriendo. Me lanza un beso y me saluda con la mano. Me pide que la alcance. Yo la ignoro, un rato más, porque todavía no tengo las fuerzas ni las ganas para pararme de la cama.

La conozco desde niña. Éramos inseparables. Era tan natural estar en su presencia, que siempre pensé que así era como las cosas deberían ser. La conocí en las carcajadas con mi hermana y con mis primas; la conocí todos los Diciembres en la casa de mis abuelos; la conocí cuando nació mi hermanito y lo cargué por primera vez en mis brazos; la conocí en los abrazos de mi mamá y en la sonrisa de mi papá; la conocí cuando mis pies tocaban la arena mojada de mar. Sí, la conocí hace mucho. En ese entonces ella me pidió que la llamara Felicidad.

Felicidad. Que sonoro era ese nombre y que hermoso era tenerla, constante, como parte de mi vida. La sentía mía, porque siempre he sido demasiado posesiva, pero también podía ver que ella hacía parte de los otros a mi alrededor. Felicidad estaba ahí todo el tiempo. Cuando miro para atrás, siempre la veo ahí y la risa es el sonido con el que la recuerdo.

A medida que iba creciendo, nos fuimos separando un poco. Yo me volví rebelde y tenerla siempre ahí me fastidiaba. Cuando la necesitaba, ya no la veía. Ahora pienso que, quizás, quise ignorarla. Eran tantos los cambios que ocurrían en mí que yo estaba confundida. La dejé sola y, con el tiempo, por más que trataba, no la podía encontrar. Intenté buscarla en los corazones de otros. La extrañaba y traté de llenar su vacío de alguna forma. Goticas de risas o placeres momentáneos se volvieron el recordatorio burlón de su ausencia.

Después de buscarla en los lugares equivocados y en las personas menos indicadas, descubrí que ella seguía ahí, paciente, sentadita en mi interior. Estaba esperando, amorosa y siempre dispuesta, a que yo buscara lo suficientemente adentro para encontrarla. Cuando la sentí y me di cuenta de lo desorientada que había estado en mi búsqueda, sonreí y lloré al mismo tiempo. Entendí que solo yo podía, o no, dejarla entrar de nuevo en mi vida. Ya yo había aprendido mi lección y estaba convencida de que más que quererla, la necesitaba, y más que necesitarla, la valoraba.

Así, Felicidad y yo, empezamos a saldar los errores del pasado. Juntas, nos pusimos a colorear sueños y mañanas. Es ella la que me impulsa a dar siempre lo mejor de mí. Ella y yo nos la pasamos todo el día buscando frases inspiradoras, historias por contar y maneras para tocar, con luz, la vida de las personas que se cruzan en nuestro camino. Me abraza cuando me siento sola y me da esperanzas para seguir creyendo. Me arrulla hasta que me quede dormida, pero cuando empieza a amanecer se escabulle, igual que hoy, para darme la libertad, cada día, de alcanzarla.

Felicidad es comprensiva, ella sabe que a veces me canso y se hace un lado para que su hermana Tristeza, me consuele un rato. Cuando ha sido suficiente le pide a su hermana que se marche y me mira, me sonríe y me estira los brazos, tal como lo hizo esta mañana, para que la alcance nuevamente.

Esta fiel amiga me mostró que tenerla en tu vida es una opción personal. La Felicidad es una lucha constante, y como tal, me da el espacio para que yo decida si quiero dar la pelea o no. Digo lucha porque, a veces, es difícil. Demasiado, diría yo. Pasan situaciones que están fuera de nuestro control, las cosas no salen como queremos, sufrimos decepciones y nos enfrenamos a obstáculos o nos rompen el corazón.

Yo decidí luchar por ella, todos los días. Yo decidí que no quiero volver a perderla, como lo hice durante mi adolescencia. Yo decidí que, sin importar que mi mundo se esté derrumbando, siempre voy a regresar a ella. Yo decidí que no importa que tan oscuro mi interior, o en su defecto el exterior, esté, voy a recordar que siempre cuento con ella. Que Felicidad, a veces se asusta también, y que se va a esperar, hasta que yo esté lista, a un rincón de mi corazón. Ya sé que depende de mí dejarla salir.

Así que, sin muchas ganas todavía, me levanto de la cama, me pongo de pie frente a ella y la abrazo. Ella me cubre, también, con sus brazos, y se cuelga de mi cuello. Mientras camino por la casa la siento pesada. Tengo que admitir que, a veces, me dan ganas de empujarla, pero, la quiero tanto que, en esos momentos la abrazo más.

Felicidad me enseñó que la forma más efectiva para que, ella y yo, nos fundamos en una es a través de la gratitud. Como ya lo he intentado otras veces, y siempre me funciona, hoy lo hago de nuevo, solamente para ver si la carga se aliviana.

Mientras me arreglo para salir a enfrentarme con esta ciudad prestada, empiezo. Gracias por este nuevo día que empieza. Gracias por permitirme estar viva. Gracias por permitirme tener un techo seguro. Gracias por permitirme bañarme con agua caliente. Gracias por permitirme tener comida siempre. Gracias por la ropa que me cubre del frío. Gracias por mis pies que me permiten caminar. Gracias por los niños. Gracias por su risa. Gracias por los árboles que cambian de color. Gracias por el sol y gracias por las nubes. Gracias por los diferentes idiomas y culturas. Gracias por permitirme viajar. Gracias por regalarme una familia maravillosa y unida. Gracias por permitirme mantener amistades antiguas a través del tiempo y por darme la posibilidad de hacer nuevas, donde quiera que vaya. Gracias por la devoción incondicional de mis perritas. Gracias por los amores que me sanan. Gracias por los sueños. Gracias por la inspiración. Gracias por mis manos, mi mente y mi corazón para escribir. Gracias, gracias, gracias…

Felicidad nunca se equivoca. Después de dar gracias por absolutamente todo lo que se me ocurre por las mañanas, me siento tan afortunada que solo tengo motivos para sonreír. Ahora somos nuevamente una. Ya no me pesa porque se volvió parte de mí. La siento adentro y está tranquila. Me acaricia el alma y me promete que todo va a estar bien. Yo, le creo. Sé que esta noche, otra vez, me dejará durmiendo sola. Pero eso no me inquieta en lo más mínimo. Estoy segura que, sin importar qué esté pasando, ella estará ahí cada mañana, sonriéndome con los brazos abiertos para que la alcance. Yo ya aprendí que depende, única y exclusivamente, de mí decidir luchar e ir tras ella.

2 comentarios:

sashasmith50 dijo...

Me gusta mucho la forma en la que escribes, es accesible, sencilla y llevadera. Como contraste a aquellos que rebuscan los vocábulos exóticos para sorprenderte (y también lo consiguen), tú cuentas la vida con palabras de todos los días, y uno se sorprende aún más de que se pueda construir algo tan lindo con medios tan accesibles. Unos son como Gaudí cuyas creaciones llaman la atención sin duda, otros, como tú y como Dalí (creo que era) muestran que se puede construir un palacio con las piedrecitas que empujamos con los pies al andar por la calle. (Ahora no podré dormir hasta recordar cómo se llamaba la casa esa y quién la construyó exactamente, pero era lago "des cailloux", cuando la tenga te mando el link, verás qué preciosidad). De verdad muy tierno tu post, gracias.

Shadya Karawi Name dijo...

No sabes lo feliz que me hace que disfrutes leer mis posts. Creo que lo que me pasa a mí, le pasa a muchos y por eso intento utilizar este blog como un medio de catarsis mutua. ¿Te acordaste como se llamaba la casa? Gracias a ti, linda. Besos.