martes, 6 de septiembre de 2011

Nuestra fuerza necesaria


Tú eres nuestra fuerza necesaria. Así, tal cual. No sé porque, de todas las frases que te caracterizaban, esa fue la que se nos quedó siempre. Quizás porque tú siempre fuiste, y seguirás siendo, la fuerza de nuestra familia y de todos los que te amamos. El motor impulsador, el apoyo incondicional, el cómplice ideal.

Abuelito, me siento inmensamente afortunada por haberte podido disfrutar por tantos años. Mi corazón sonríe cada vez que recuerdo cuando me contabas que, cuando nací, le regalaste a mi papá Mi Niña Bonita, de Lucho Barrios. Que dicha, viejito santo, ser tu nieta mayor. Que delicia haber podido disfrutar de ti con mis primos. Cómo nos conocías de bien a cada uno. Cómo sabías lo que nos hacía feliz y lo que no. Con que tino maravilloso hacías un mercado especial para cada casa, con lo que le gustaba a cada uno. Me duele que ya no estés porque los seis chiquitos no te pudieron disfrutar tanto como los seis grandes. Me duele que te hayas quedado sin conocer al angelito que viene en camino. Pero me llena el alma saber que puedo decir con la certeza, que deben tener todas las nietas enamoradas, que fuiste el mejor de los abuelos. Y las generaciones por venir sabrán todas de tu grandeza y se sentirán orgullosas de provenir de tu linaje.

Puedes descansar tranquilo porque tus hijos, sin lugar a dudas, heredaron lo mejor de ti. Mi mamá y mis tíos nos han transmitido tu nobleza, tu bondad, tu honestidad y tu lealtad. Dios no solo te premió con ellos, sino que, además, te regalo unos yernos y una nuera que te aman como a su padre. Eras, además, el consentido de tus hermanos. Te convertiste, también, en el padre amoroso de tus sobrinos y de los hijos de tus amigos. Todos aquellos que fueron bendecidos por poder compartir tiempo contigo reconocen tu inmensa capacidad de dar y de amar.

Hoy, con tu partida, comprendo, más que nunca, el valor inmenso de nuestra familia. Te doy las gracias infinitas, abi Jose, porque nos diste todo lo que había en ti. Tú, con mi abuelita, han forjado una familia que no se apabulla, que no se vence, que no se debilita. Una familia que sabe que el secreto radica en el amor. Una familia que ha permanecido unida en la fe y en la tolerancia.

Mi amor por la lectura te lo debo a ti. Siempre me acuerdo de las colecciones completas de libros que me regalabas en cada cumpleaños. Te agradezco en el alma la paciencia infinita que tuviste para leer cada uno de mis escritos y por el apoyo constante que me dabas para escribir a favor de los más necesitados. Gracias porque esa vocación social inmensa que tengo yo, y que tiene cada uno de los miembros de nuestra familia, es tuya. Tú nos enseñaste que Dios nos había dado tanto, para que, así, pudiéramos ayudar a los demás.

Cumpliste, abuelito. Con nosotros, tus seres amados, y con esa otra familia que es la gente que te acompañó durante tantos años. Todo lo que hiciste por el país, por tu Caribe amado. ¿Sabes? Lo más gratificante de todo este proceso doloroso fue sentir el aprecio y el agradecimiento de la gente cuyas vidas tocaste por tu paso por la tierra. Durante tu enfermedad, se acercaban personas hasta de los municipios más olvidados para decir que ellos, también, estaban rezando por ti. Me siento afortunada por haber conocido, de primera mano, a un hombre que se despojaba de todo cuanto tenía para dárselo a los demás. Que orgullo en el alma saber y contar que, por ti, muchos jóvenes son hoy profesionales, muchos niños tienen un corazoncito sano, muchos pudieron acceder a un mejor servicio de salud.

Como te dije, al despedirme, todavía nos queda mucha gente por ayudar. Puedes estar convencido que seguiremos tu lucha constante, dándole voz siempre a los que más lo necesitan. Tu espíritu conciliador permanecerá intacto en cada uno de nosotros como la huella indeleble que deja lo que se enseñó con entrega y amor.

El vacío inmenso que deja tu partida, solo puede ser llenado con la tranquilidad de saber que desde que abandonaste tu cuerpo físico, los pedacitos de tu alma hermosa volaron para acompañar cada uno de nuestros corazones adoloridos. Formas parte de nosotros y nuestro vínculo de amor sobrepasa las barreras de la distancia y el tiempo.

Me vine en busca de mis sueños, porque tú siempre me enseñaste que hay que luchar por lo que uno quiere. Cada paso que dé será en tu nombre, para que un día me mires desde allá y te sientas orgulloso porque, a través de la ayuda al prójimo, he seguido tu legado.

Me parte el alma no haber estado a tu lado mientras volabas hacia el cielo, pero desde donde estoy pude mandarte mi amor, mis oraciones y mis energías para que tu transición fuera hermosa y tranquila. Me consuela saber que cuando decidiste que era el momento de descansar de esta larga batalla, estuviste rodeado del amor infinito que tú mismo siempre nos profesaste.

Supongo que debes estar feliz. Finalmente estás con tus papitos y tus hermanos que tanto extrañabas. Están allá, también, tus cuñados y mi otro abuelito amado para recibirte con los brazos abiertos. Me imagino la fiesta que hay hoy en el cielo, con todos esos amigos del alma, que se fueron antes para poder esperarte hasta que fuera tu momento. Puedes descansar en paz desde allá, porque permaneces para siempre, aquí, también con nosotros. Te amo entrañablemente y me quedo con tus abrazos y con tus palabras de amor pegaditos al alma.

Por la fortuna de haberte disfrutado tantos años, por la bendición de ser tu niña bonita, por la profunda vocación social que me heredaste, por la familia más hermosa, por enseñarme el verdadero significado de la palabra amor. Por ser el ser humano más maravilloso que jamás he conocido, te amo abuelito santo. Te llevo en mi espíritu y en todo lo que soy. Todo lo que logre en mi vida será por ti. Porque hombres como tú, José Name Terán, no volverán a existir.