jueves, 28 de abril de 2011

El club de los cobardes

Los amores cobardes no llegan a amores, ni a historias, se quedan allí. Ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar.
Silvio Rodríguez


A veces no los entiendo. Ni a ellos, ni a ellas. Porque esta vez, mis queridísimas congéneres no se salvan. Incluso, me atrevería a afirmar, que hay mujeres que son más cobardes que el más cobarde de los hombres.

A ver, les explico. Hoy hablo de aquellos que le tienen pavor a enamorarse; de los que tienen miedo de tomar decisiones; de los que se dejan vencer por las inseguridades; de los que son expertos en los jueguitos de amor, pero a la hora de amar de verdad no saben nada. De los que hacen promesas falsas; de los eternos confundidos. En definitiva, de esos cobardes que no saben lo que quieren.

Esos que son especialistas en huir despavoridos cuando uno se les acerca mucho al alma. Pero cuando uno se aleja, y en algunos de los casos se consigue a otro, regresan y se desesperan. Se desaparecen por días después de haber jurado que te aman. Sienten que son felices contigo, pero se preguntan todo el tiempo si se están perdiendo de algo más. Para ellos, nunca nada es suficiente. Te vienen con el cuentico de siempre: “no eres tú, soy yo”. ¿Les cuento algo? Hay que creerles, porque cuando dicen eso tienen toda la razón. Porque aquí ellos son los del problema. Ellos son los que, a gritos, necesitan una terapia urgente que les ayude con la basurita y los miedos que cargan.

Y no los juzgo. Para nada. Estoy convencida que cada cual actúa basándose en lo que le tocó vivir y las experiencias a las que se ha enfrentado. La estructura para establecer relaciones adultas está, en mi opinión, determinada por lo que vivimos con (o por) nuestros papás y así sucesivamente con las demás personas significativas con las que nos hemos encontrado en el camino.

Hasta ahí, todo va bien. Cada uno con su rollo. Yo lo único que digo es que no los entiendo. Que me confunden y me generan inestabilidad y desconfianza. Que me producen rabia, impotencia y frustración. Me parece increíble que asuman esa posición cómoda en donde le ponen ganas, pero no todas; quieren tener relaciones estables, pero sin el trabajo que conllevan; quieren tener a alguien que los ame, pero no están seguros qué tanto amar de vuelta.

¿Lo peor del cuento? Es que uno efectivamente, a veces, les cree el cuento. Uno empieza a justificarlos: “yo lo entiendo, es que quiere vivir otras cosas”, o “es que tiene tantos problemas en la casa”, o “es que la vida ha sido tan injusta con nosotros”, o “pobre, es que ha sufrido tanto”. EXCUSAS, mis queridos. Lamento sacarlos del letargo y entregarles esta crudísima verdad: el que quiere, puede. Soy consciente que a veces hay obstáculos en el camino y situaciones espantosas que hacen la historia de amor toda una odisea. Pero, para mí, no hay problema lo suficientemente grande. Yo sí creo que el amor todo lo puede.

Ojo, no estoy diciendo que estos cobardes no lo quieran a uno. Pueden morirse de amor completamente. Lo que pasa es que uno NO es una de sus prioridades. Como que lo quieren, pero no tanto. Como que les gusta, pero no tanto. Como que tienen ganas, pero no tanto. Las cosas externas a la relación son tan poderosas, para esas personas, que lamentablemente le ganan al amor. Eso es lo que me aterra y me hace dudar. O el amor por uno no es tan fuerte, en realidad, o esos obstáculos a los que la otra persona se enfrenta son unos demonios horrorosos que no quisiera conocer ni en sueños.

¿A qué le temen tanto? ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Qué alguien llegue hasta el más íntimo rincón de su alma? ¿Qué alguien los conozca por completo? ¿Qué les revienten el corazón? Pues hágale. Al mío sí que le den con toda. Que lo acaben todito, si es que quieren. Total, yo creo que el corazón es como de plastilina. Él solito vuelve y se arma. Si bien es cierto que con cada relación perdemos un pedacito irrecuperable, también nos ganamos un pedacito del de ellos, que sirve para armar el nuestro. La plastilina se moldea, se cambia de color y de forma facilito. A veces, después de tanto armar y desarmar termina quedando hasta más bonito.

A mí me parece que vale la pena arriesgarse. Yo creo que tener a alguien con quien caminar de la mano; con quien hablar de las tonterías que a nadie más le importa; con quien dormir abrazados; con quien llorar y reír libremente, lo paga todo. No hay como enamorarse como loco y que, a la vez, lo amen a uno con locura. Es increíble sentir esa conexión que no se puede explicar con palabras; que delicia poder entenderlo todo con una mirada; las mariposas en el estómago; que esa persona sea lo último en lo que piensas por las noches, y lo primero en las mañanas; alguien que crea en ti; alguien con quien no tengas que crear juegos ni estrategias; alguien con quien puedas ser simplemente tú. Que te puedas ver en sus ojos y sepas que para él eres perfecta, y que él sea absolutamente perfecto para ti.

Que sí. Que lo he admitido infinitas veces: soy una romántica empedernida. Lo acepto y lo disfruto. ¿Que soy una ilusa? ¿Que sueño demasiado? Tal vez, pero pienso que así como yo soy real y existo, alguien más parecido también debe existir. Alguien que tenga ganas de quedarse un rato largo y que se sienta afortunado de recibir tanto amor.

Yo no quiero encontrarme en el camino con ni un solo cobarde más. Sí señor, convencida digo que de ellos he tenido suficiente. Que se vayan y no regresen nunca. Bueno, tampoco. No voy a ser tan drástica. Mejor, los invito a que se junten todos. Que formen un club, una asociación, una sociedad o alguna cosa de esas. Que la publiciten bastante, que sean amables y nos avisen con suficiente anterioridad, para que así, de pronto, los que queremos darlo todo y recibirlo todo podamos, o al menos tratemos, de mantenernos muy alejados de ellos. ¿Será posible eso? Muchas gracias.