jueves, 1 de diciembre de 2011

Te condeno al olvido

Te condeno al olvido porque ahí es donde mereces estar. Al olvido, triste y sin mí, donde van a parar los amores que no supieron luchar.


Te condeno al olvido que alberga sueños rotos, decepciones amargas y palabras a medio terminar. El olvido de los maestros de vida que pasaron y ya no están.


Te condeno al olvido de las cosas que duelen, de las ilusiones falsas, de los anhelos de niña. Al olvido de los abrazos y besos que duele recordar.


Te condeno al olvido de extrañarme por siempre, de vivir con la duda de lo que pudo ser. Te condeno al brebaje de confusión que me hiciste beber.


Te condeno al olvido que abraza esperanzas, sonrisas y lágrimas. El olvido donde la gente buena e insegura se va a refugiar. 


Te condeno al olvido de la comodidad, donde no caben preguntas, ni hipótesis, ni ganas de dar. 


Te condeno al olvido para que te acuerdes de los celos, de las insatisfacciones y del llanto a medio derramar.


Te condeno al olvido del pasado inclemente, del presente angustiado y del futuro incapaz.


Te condeno al olvido en donde el miedo ya no acecha, la incertidumbre no desvela, y las ganas no se queman.


Te condeno al olvido por cobarde, por no arriesgarte, por no querer entregarte más. 


Te condeno al olvido porque las palabras se te quedaron cortas y las acciones vacías se quisieron quedar. 


Te condeno al olvido porque con querer tratar no es suficiente. Te condeno a él por no saberme amar. 


Te condeno al olvido y, al mismo tiempo, no te quiero olvidar. 

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