lunes, 27 de junio de 2011

Yo creo

Yo creo que hay que soñar. Que hay que darle riendas sueltas a la imaginación . Que hay que imaginarse todas esas cosas que uno quiere. Hay, también, que visualizarlas y desearlas con todas las fuerzas. Hay que tener la certeza de que los sueños se hacen realidad. Que, en ocasiones, se demoran o toman vías alternas, pero llegan. A los sueños hay que cultivarlos, hay que adorarlos, hay que tenerles fe. Hay que saber que, cuando uno realmente quiere algo hay que tener paciencia y ganas. Hay que estar en la disposición de que, cuando se hagan realidad, abramos las puertas para que nuevos sueños puedan entrar.

Yo creo que hay que amar. Sí, hay que amar con locura. Como si jamás hubiéramos sufrido, como si jamás nos hubieran herido. Hay que amar, como aman los niños: con inocencia e intensamente. Hay que amar, porque el amor, es la fuerza inmensa que todo lo sana, todo lo logra, todo lo alcanza. Hay que amar, incluso cuando sentimos que ya no podemos. Hay que hacerlo todo en nombre del amor. Hay que creer firmemente que, tarde o temprano, el amor sale vencedor. Que sin importar los corazones rotos, los dolores y decepciones siempre hay una nueva oportunidad de amar.

Yo creo que hay que aprender. Hay que saber que todo es un proceso. Que las derrotas y los triunfos valen por igual. Que no hay mal que por bien no venga, y que todo, al final del camino, es por y para nuestro aprendizaje. Hay que confiar que en los momentos de oscuridad máxima la luz está llegando. Que los demás viven también su propio proceso y que hay que respetarlos. Hay que buscar en el interior propio porque ahí yacen todas las respuestas que estamos buscando por fuera.

Yo creo que hay que perdonar. Hay que aceptar que los otros, como nosotros, cometemos errores. Que vamos a encontrarnos con situaciones dolorosas. Que, a veces, vamos a odiar y a llenarnos de rabia inmensa. Hay que soltar todos esos momentos de angustia, de desconsuelo, y dejarlos ir para siempre. Hay que dar otras oportunidades. Y cuando ya las hemos agotado todas, hay que perdonar con el alma. No, no por ellos. Hay que hacerlo por nosotros mismos. Porque, en últimas, el rencor solo le hace daño a quien lo siente.

Yo creo que hay que disfrutar. Hay que tener claro que la vida es una sola y que hay que saborearla al máximo. Hay que intentarlo todo para ser felices. Hay que ver lo hermoso en las pequeñas cosas. Hay que vivir en el ahora, porque ni el pasado ni el futuro están presentes. Pienso que hay que aprovechar las oportunidades, que hay que sonreír con ganas, que hay que bailar con pasión. Hay que vivir cada instante como si fuera, no el último, sino el primero: como si absolutamente todo fuera mágico y nuevo. Hay que emocionarse y sorprenderse.

Yo creo que hay que dar gracias. Hay que ser agradecidos porque la gratitud es la llave que abre todas las puertas. Es decirle al universo que nos sentimos afortunados y dichosos y que estamos dispuestos a recibir más. Hay que dar gracias por los seres amados, por los momentos vividos, por lo que tenemos. También por todo lo que perdimos, por lo que nos dolió, por lo que nos defraudó. Hay que llenar cada espacio con gratitud. Hay que apreciar cada nuevo día, porque con él llegan, también, nuevas cosas hermosas.

Yo creo en ti. Sí, en ti que estás leyendo todas esas cosas en las que yo creo. Yo creo que eres capaz de hacer realidad todos tus sueños, de obtener todo lo que deseas y de vivir la vida que deseas vivir. Yo creo que si te permites amar, el amor te llenará el alma de alegrías. Yo creo que el aprendizaje que queda con cada uno de tus procesos de vida es invaluable. Yo creo que podrás perdonar y que con eso te quitarás un enorme peso de encima. Yo creo que sabrás disfrutar las pequeñas grandes cosas de la vida. Yo creo que serás agradecido y que, así, seguirás recibiendo cada vez más bendiciones. Yo creo que serás capaz de hacerlo todo, de lograrlo todo, de poderlo todo, solo si tú también crees.

jueves, 28 de abril de 2011

El club de los cobardes

Los amores cobardes no llegan a amores, ni a historias, se quedan allí. Ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar.
Silvio Rodríguez


A veces no los entiendo. Ni a ellos, ni a ellas. Porque esta vez, mis queridísimas congéneres no se salvan. Incluso, me atrevería a afirmar, que hay mujeres que son más cobardes que el más cobarde de los hombres.

A ver, les explico. Hoy hablo de aquellos que le tienen pavor a enamorarse; de los que tienen miedo de tomar decisiones; de los que se dejan vencer por las inseguridades; de los que son expertos en los jueguitos de amor, pero a la hora de amar de verdad no saben nada. De los que hacen promesas falsas; de los eternos confundidos. En definitiva, de esos cobardes que no saben lo que quieren.

Esos que son especialistas en huir despavoridos cuando uno se les acerca mucho al alma. Pero cuando uno se aleja, y en algunos de los casos se consigue a otro, regresan y se desesperan. Se desaparecen por días después de haber jurado que te aman. Sienten que son felices contigo, pero se preguntan todo el tiempo si se están perdiendo de algo más. Para ellos, nunca nada es suficiente. Te vienen con el cuentico de siempre: “no eres tú, soy yo”. ¿Les cuento algo? Hay que creerles, porque cuando dicen eso tienen toda la razón. Porque aquí ellos son los del problema. Ellos son los que, a gritos, necesitan una terapia urgente que les ayude con la basurita y los miedos que cargan.

Y no los juzgo. Para nada. Estoy convencida que cada cual actúa basándose en lo que le tocó vivir y las experiencias a las que se ha enfrentado. La estructura para establecer relaciones adultas está, en mi opinión, determinada por lo que vivimos con (o por) nuestros papás y así sucesivamente con las demás personas significativas con las que nos hemos encontrado en el camino.

Hasta ahí, todo va bien. Cada uno con su rollo. Yo lo único que digo es que no los entiendo. Que me confunden y me generan inestabilidad y desconfianza. Que me producen rabia, impotencia y frustración. Me parece increíble que asuman esa posición cómoda en donde le ponen ganas, pero no todas; quieren tener relaciones estables, pero sin el trabajo que conllevan; quieren tener a alguien que los ame, pero no están seguros qué tanto amar de vuelta.

¿Lo peor del cuento? Es que uno efectivamente, a veces, les cree el cuento. Uno empieza a justificarlos: “yo lo entiendo, es que quiere vivir otras cosas”, o “es que tiene tantos problemas en la casa”, o “es que la vida ha sido tan injusta con nosotros”, o “pobre, es que ha sufrido tanto”. EXCUSAS, mis queridos. Lamento sacarlos del letargo y entregarles esta crudísima verdad: el que quiere, puede. Soy consciente que a veces hay obstáculos en el camino y situaciones espantosas que hacen la historia de amor toda una odisea. Pero, para mí, no hay problema lo suficientemente grande. Yo sí creo que el amor todo lo puede.

Ojo, no estoy diciendo que estos cobardes no lo quieran a uno. Pueden morirse de amor completamente. Lo que pasa es que uno NO es una de sus prioridades. Como que lo quieren, pero no tanto. Como que les gusta, pero no tanto. Como que tienen ganas, pero no tanto. Las cosas externas a la relación son tan poderosas, para esas personas, que lamentablemente le ganan al amor. Eso es lo que me aterra y me hace dudar. O el amor por uno no es tan fuerte, en realidad, o esos obstáculos a los que la otra persona se enfrenta son unos demonios horrorosos que no quisiera conocer ni en sueños.

¿A qué le temen tanto? ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Qué alguien llegue hasta el más íntimo rincón de su alma? ¿Qué alguien los conozca por completo? ¿Qué les revienten el corazón? Pues hágale. Al mío sí que le den con toda. Que lo acaben todito, si es que quieren. Total, yo creo que el corazón es como de plastilina. Él solito vuelve y se arma. Si bien es cierto que con cada relación perdemos un pedacito irrecuperable, también nos ganamos un pedacito del de ellos, que sirve para armar el nuestro. La plastilina se moldea, se cambia de color y de forma facilito. A veces, después de tanto armar y desarmar termina quedando hasta más bonito.

A mí me parece que vale la pena arriesgarse. Yo creo que tener a alguien con quien caminar de la mano; con quien hablar de las tonterías que a nadie más le importa; con quien dormir abrazados; con quien llorar y reír libremente, lo paga todo. No hay como enamorarse como loco y que, a la vez, lo amen a uno con locura. Es increíble sentir esa conexión que no se puede explicar con palabras; que delicia poder entenderlo todo con una mirada; las mariposas en el estómago; que esa persona sea lo último en lo que piensas por las noches, y lo primero en las mañanas; alguien que crea en ti; alguien con quien no tengas que crear juegos ni estrategias; alguien con quien puedas ser simplemente tú. Que te puedas ver en sus ojos y sepas que para él eres perfecta, y que él sea absolutamente perfecto para ti.

Que sí. Que lo he admitido infinitas veces: soy una romántica empedernida. Lo acepto y lo disfruto. ¿Que soy una ilusa? ¿Que sueño demasiado? Tal vez, pero pienso que así como yo soy real y existo, alguien más parecido también debe existir. Alguien que tenga ganas de quedarse un rato largo y que se sienta afortunado de recibir tanto amor.

Yo no quiero encontrarme en el camino con ni un solo cobarde más. Sí señor, convencida digo que de ellos he tenido suficiente. Que se vayan y no regresen nunca. Bueno, tampoco. No voy a ser tan drástica. Mejor, los invito a que se junten todos. Que formen un club, una asociación, una sociedad o alguna cosa de esas. Que la publiciten bastante, que sean amables y nos avisen con suficiente anterioridad, para que así, de pronto, los que queremos darlo todo y recibirlo todo podamos, o al menos tratemos, de mantenernos muy alejados de ellos. ¿Será posible eso? Muchas gracias.

martes, 1 de marzo de 2011

Los amores del siglo 21


Siempre he considerado que mis hermanos y yo somos infinitamente afortunados. Hemos sido bendecidos con una mezcla que nos ha enseñado a ser un poco más tolerantes, a interesarnos por lo que hay afuera y a entender que el amor todo lo puede. Mi papá es libanés, musulmán y habla en árabe. Mi mamá es colombiana, católica y se comunica en español. Se vieron por primera vez en un aeropuerto (sí, es una historia romántica, pero me la guardo para otro momento) y llevan ya 27 años de casados.

Quizás, por haber visto el ejemplo de mis padres y obviamente por mi naturaleza empalagosamente romántica, he creído en las historias de amor poco convencionales. Más en estos tiempos de tecnología, en donde los riesgos se toman, los miedos se sacuden y lo complicado provoca. Es la era de Blackberries, de Facebook y de Skype.

Atención, por favor, a estas historias, que jurado, todas son las que le pasan a las mujeres de mi vida. Prometidísimo que el romanticismo y la imaginación no me llegan para tanto.

Un brasilero, que vive en Egipto, ve a la hermana de uno de sus amigos en una foto y decide que la quiere conocer. Llega de vacaciones a Colombia. Se conocen. Él es un hombre bueno y tranquilo, diferente a los que ella siempre se había encontrado. Se coquetean, se toman fotos, se enamoran. Él se va, ella se queda. Se encuentran en Paris. Él vuelve a visitarla. Se vuelve a ir, pero está por volver nuevamente. Y el brasilero se le quedó, con todo y su portuñol, a mi gran amiga, que es divina como todas mis amigas, en el corazón.

Ella llegó a Bogotá de Barranquilla, él, llegó de Cali. Se conocieron en la universidad y se hicieron mejores amigos. Durante esos años lo compartieron todo. Se complementan perfectamente. Ella es increíble, y él, también. De repente, la amistad se les convirtió en amor. Sí, después de 7 años de conocerse. Hoy en día, ella, que es una de mis mejores amigas, lleva casi tres años siendo mucho más que la amiga con derechos de su mejor amigo.

Todos los días cuando iba para la universidad, en su carro, ella veía a dos apuestos muchachos parados en la calle. Un día, ellos, medio atrevidos, le estiraron la mano. Ella, más atrevida todavía, paró el carro y les preguntó a dónde iban. También para la universidad. Con uno de ellos hubo química. Empezó el flirteo, se fueron conociendo. Él resulto ser la persona que ella tanto había esperado. Amoroso, tierno y dedicado. Mi incondicional amiga y el chico del carro son novios desde hace ocho años.

Una de mis muy lindas niñas, después de tener una relación eterna con el tipo menos indicado para ella, y de unos cuantos príncipes-sapos en la mitad, encontró al hombre de su vida en uno de sus compañeros de estudio. La química entre ellos era evidente, pero cada uno tenía sus relaciones tormentosas. Cuando ambos eran libres decidieron probar qué tanto funcionaban. Los dolores del pasado se hicieron presentes y el huyó. Al cabo de unos meses volvió con valentía, dispuesto a entregarlo todo. Ella lo recibió. Se enamoraron locamente. Él se fue a vivir al exterior. Decidieron llevar las cosas un día a la vez y planeando, únicamente, el próximo encuentro. De eso, ya van dos años y en unos cuantos meses van a poder volver a vivir su amor libremente en la misma ciudad.

Otra, se fue para Alemania. Conoció a un colombiano, entre los muchos que se encontró por allá. No cruzaron más que un par de palabras. Él tenía una relación, y la estadía de ella en ese país era muy corta. Pasaron dos años y el la contactó por Facebook. Empezaron a enamorarse, sin haberse vuelto a ver siquiera. Todo coincidió para que se volvieran a ver en Alemania. Antes, ella debió hacer una parada en Praga. Él fue hasta allá a recogerla. Desde ese día no se han vuelto a separar.

Lo de mi amiga, que es tan positiva y tan segura de sí misma, es de locos. Ella tiene papá uruguayo y mamá peruana, se siente un poquito chilena y vive en Colombia. Se fue un verano a Estados Unidos y allá conoció a un francés. En días se enamoraron locamente. Cada uno se regresó a su país. A los seis meses él le había comprado el tiquete a ella para que se fuera a visitarlo a Paris. Ella se fue y él se quedó. Lo hicieron todo para verse, por lo menos, dos veces al año. El venía a Colombia, y ella empezó a pasar sus navidades en Francia. Como me dijo él una vez, los dos le metieron el 200 por ciento. Ahora mismo están juntos en Paris. Vencieron las pruebas que la vida y el distancia les han puesto, y han pasado más de tres años desde que se vieron por primera vez.

Uno siempre ha visto en las películas que hay parejas que se conocen en los aviones. Me parecía una locura porque a mí, por lo menos, jamás me ha tocado ningún hombre medianamente interesante que me haya despertado ganas de algo más. Pues a una de mis amigas, la que siempre regala una sonrisa sincera, le pasó. Ella llegó corriendo y vio que en el puesto de al lado suyo estaba sentado un hombre lindo. Como quien no quiere la cosa, le preguntó a él que cómo se llenaba uno de los apartados del formato de inmigración. Él le contesto parco. Ella, indignada, lo ignoró y se puso a leer su libro. Él enseguida le hablo. Hablaron todo el vuelo, que en realidad apenas duró una hora. Él le escribió después por Blackberry y se siguieron escribiendo. Ella vivía en Barranquilla, él en el exterior. Por esas cosas coincidencias chistosas de la vida, a él lo trasladaron. Hoy ambos viven en Barranquilla y desde hace casi un año no han dejado de hablarse, de escribirse, de quererse.

Mi amiga, que es tan hermosa y llena de vida, está viviendo una historia parecida a la de mis papás. Ella es americana, su padre es libanés y su madre es peruana. Ellos tuvieron que vencer la barrera del idioma y el choque cultural, pero comparten una creencia religiosa católica. Después de corazones rotos y momentos de soltería, conoció a un turco musulmán. Los presentó, en Estados Unidos, un amigo en común. Él la llevo a tomar vino y a comer. Se enamoraron perdidamente. Juntos, como mis padres y los de ella, decidieron vencer el miedo que trae consigo el pertenecer a mundos diferentes. Ella lo hizo porque cree que él es genuinamente considerado y tiene buenas intenciones. Con él, se siente segura y protegida. Él, lucha por lo que quiere, y ella, por primera vez, siente que está en una relación por todas las razones indicadas. La distancia a la que en ocasiones se han visto enfrentados, la lengua y las creencias distintas solo han fortalecido esta relación que empezó desde hace más de un año.

La más maravillosa de mis princesas se enamoró locamente, en tan solo un día, de un israelí. Él la hizo sentirse viva nuevamente, le regaló pasiones que hace tiempo no sentía, e ilusiones que le dan la certeza de que hay hombres maravillosos allá afuera. Él se fue y ella se quedó. Pero no se quedó sola: él le dejó la inspiración para seguir escribiendo infinitas historias de amor.
Historias como esas hay un millón. Y debo confesar que me mueve cada fibra del alma escucharlas. Por eso, un día, hablando con una de mis hermanas de tantas cosas increíbles que nos pasan a ella, a mí y a nuestras amigas, le pregunté: ¿todas estas historias qué? Ella, que es mi complemento perfecto porque es mi parte racional, sonrió, encogió los hombros y me contestó muy sabiamente: Esto es lo que nos toca vivir. Son los amores del siglo 21.

jueves, 17 de febrero de 2011

Cuando el amor se muere


Cuando el amor se muere no hay absolutamente nada que pueda resucitarlo. Ya no valen las ganas, las promesas, los cambios. Los gritos, ni el llanto. Las esperanzas, los días compartidos, los sueños en común. Cuando él se muere, lo único que queda por hacer es dejarlo morir dignamente.

Tengo que confesar que nunca pensé que el amor se acabara. Tuvo que pasarme a mí para aprender y dejar de juzgar. A mí, que me creía invencible; a mí, que soy una romántica empedernida; a mí, que creo en las historias de amor y en el para siempre; a mí, que pienso que el amor todo lo puede y que es la fuerza más poderosa del mundo.

No recuerdo bien en qué momento fue. Supongo que fue algo progresivo. Después de acumular decepciones, resentimientos y monotonía. Adentro algo me decía que saliera corriendo, que huyera, que no estaba recibiendo lo que necesitaba. A esa voz la silenciaba y me hacía la loca. Seguía como si nada para no tener que enfrentarme a la realidad. El diálogo interno, sin embargo, permanecía constante: un poquito más, él es un hombre tan bueno, si ya hemos pasado por tanto, nos merecemos otra oportunidad, tenemos que seguir, esto no puede pasarnos a nosotros que nos queremos tanto. Creo que lo que yo viví, les ha pasado, les pasa y les está pasando a muchas…

Cuando uno conoce a una persona con la que hay una química increíble, se torna difícil controlar las cosas. Empieza a surgir un amor intenso, de esos que hacen que las mariposas dormidas se despierten bailando. Uno empieza a conocerse, a entenderse, a quererse. Besos van y besos vienen. La vida se ilumina, uno sonríe más, lo ve todo más bonito. Uno no puede creer que lo que está viviendo sea real. El corazón late a mil por hora y empezamos a hacer cosas que antes jamás habíamos imaginado. Uno se cuenta las intimidades que nunca le ha dicho a nadie, abre el corazón sin reparos. Empieza a hacer planes, a soñar. Uno vive más intensamente y disfruta cada segundo. Que afortunado se siente uno por haber encontrado a esa persona. Que delicia y que bendición es estar enamorado.

Con el paso del tiempo, las inseguridades empiezan a asomarse. Todas esas cositas que nos parecían fascinantes del otro, empiezan a molestarnos. Los celos se instalan y los reclamos se vuelven constantes. Siempre uno de los dos da más. Los roles por lo general se intercambian, dependiendo del momento que viven. El sabor amargo de la decepción remplaza a la dulce miel inicial. Uno empieza a darse cuenta que quizás idealizó a la pareja. Que le puso atributos que no tenía. Que no lo llena. Que los estilos de vida son diferentes. Que están en etapas de la vida dispares. Que uno, poco a poco, se ha ido quedando sin fuerzas. Es darse cuenta que esa persona que uno tanto ha amado, se ha convertido en un desconocido.

Cuando el amor se muere, quizás, lo más difícil es aceptar que se ha acabado. Que todo el tiempo que uno le invirtió a esa persona y a la relación se fue a la basura. Lo doloroso es empacar maletas y salir de ahí. Es no querer hacerle el daño al otro que ha sido tan “bueno” con uno. Es dejar de lado la culpa por no seguir queriendo, por desear otras cosas, por hacer otros planes. Que terribles son los miedos y las preguntas que se vuelven incesantes: ¿encontraré a alguien más que me quiera? ¿Volveré a enamorarme? ¿Y si él es el amor de mi vida y lo pierdo? ¿Cómo le puedo estar haciendo esto a este hombre que me ha dado tanto? ¿Me quedaré sola? ¿Me arrepentiré?

Creo que es precisamente el temor que sentimos el que hace que nos quedemos en una relación más de lo que debemos. Lo veo en las relaciones tóxicas de mis amigas con sus príncipes-sapos. Lo vi, también, en algunas de mis relaciones. Pareciera que uno a veces quisiera tener a alguien seguro para sentirse segura, así esa persona ya no despierte ni ganas de darle un beso. La culpa es una asesina de almas. Uno se siente como una bruja malvada y egoísta. Se siente frustrada, cruel y desalmada.

Una vez, una amiga me dio un ejemplo que me pareció tan claro como aterrador: llega un momento en la relación en el que, simplemente, te desconectas. Y literalmente es así. Es como si desconectas la nevera o el televisor. Obviamente deja de funcionar. Igualito pasa con el corazón. Con el agravante que ese cable, al ser desconectado, se autodestruye, perdiendo así la capacidad de volver a conectarse. Es en ese preciso momento en el que uno sabe que la decisión es irreversible. Hay que ponerle punto final a la cosa.

Después de haber estado de ambos lados de la moneda, tengo que admitir que salirse de una relación es quizás más difícil que aceptar que lo dejen a uno. En este caso a uno le toca buscar valor de dónde sea y llenarse de fortaleza porque le toca asumir el papel de villano. Es saber, con certeza, que uno es el que se aleja y que el otro se queda queriendo solo. Es tan doloroso que uno siente que se muere. Sí, señor. Uno se acuesta llorando por las noches, y se despierta empapadito en lágrimas. El dolor en el pecho es tan asfixiante que uno no puede moverse. Las preguntas y la culpa te acarician todo el día.

A medida que pasan los días, y para cumplir a cabalidad con el sabio dicho que promete que el tiempo todo lo cura, uno empieza a darse cuenta que tomó la mejor decisión. Se entera que el otro también sabía que la relación no funcionaba, incluso primero que uno, porque se refugiaba, desde hacía rato, en brazos de otra. La diferencia fue que, quizás, la otra persona no encontró el valor para terminar lo que tenía que ser terminado.

Sin reparos, afirmo que el amor se muere. Y, sin culpa ni miedos, digo que eso está bien. Nada dura para siempre, así que hay que disfrutar mientras se pueda. Fracasar en el amor, no es en realidad ningún fracaso. Son aprendizajes y experiencias fortalecedoras. Es sentirse afortunado por haber amado y haber sufrido. Es saberse un ave fénix que vence las adversidades y las pruebas que se presentan en el camino. Algunas cosas tienen que morir, para permitir que otras nazcan. Ese es el ciclo de la vida. Es la búsqueda constante de los que creemos en la fuerza del amor.

Esta es mi forma de cerrar mis capítulos. De soltar todo aquello que, hasta el momento, no había podido o querido dejar ir. Esta soy yo dándoles infinitamente las gracias a los hombres que pasaron por mi vida. Todos ellos, a su manera, me dieron herramientas para entender el amor como lo entiendo hoy en día y para ser la mujer que soy. Aquí, les pido perdón sincero a aquellos a los que les arranqué el corazón y les hice daño. También perdono con el alma a los que me volvieron miga. Los dejo ir, hoy y para siempre, con la certeza de que si tuviera que elegir, absolutamente todo lo hubiera hecho de la misma manera. Que sean libres y felices de enamorarse nuevamente y que encuentren a alguien con quien quieran hacerlo todo para que el amor no se acabe. Alguien por quien luchar, día a día, tomados de la mano. Eso quiero para ellos, y eso quiero para mí. Porque cuando se cierra con firmeza una puerta, hay que abrir las ventanas de par en par. Porque con cada despedida llega siempre la posibilidad de un nuevo encuentro.

lunes, 14 de febrero de 2011

Azul

Azul,

que me calmas la sed de amor.

Azul,

que todo lo sabes y todo lo entiendes.

Azul,

que permaneces ahí.

Azul,

que me acompañas constante.

Azul,

que no me dejas morir.

Azul,

con manchitas de rosa como esperanza de lo que ha de venir.

Azul,

que calientas mis noches.

Azul,

que me haces feliz.

Azul,

de poder infinito.

Azul,

que lo calma todo.

Azul,

del que todo lo sabe decir.

Azul,

de emociones intensas.

Azul,

de ganar de vivir.

Azul,

te necesito aquí.

Azul,

acude a mí con tus fuerzas.

Azul,

no te apartes de aquí.

Azul,

abrázame con vehemencia.

Azul,

así se vayan todos,

tú nunca te alejes de mí.

sábado, 12 de febrero de 2011

La noche

En el silencio inerte de la noche,

en la soledad eterna

de estar sin ti.

En los miedos construidos de niña

y las ganas constantes por salir.

En los sueños movedizos

de tierra

y la falta de fuerzas

para seguir.

La locura desmedida revienta

y las preguntas se apoderan de mí.

La burla de impotencia se asienta

y por la noche no me deja dormir.

Los besos secos de ayeres

y las ansías de ver, desde aquí,

la esperanza de las noches mejores,

en donde la angustia me deje vivir.

Susurros de amores a medias

y nostalgia de las risas sin fin.

Rebusco entre los escombros

de arena

lo que me ata a ti.

Pienso y pienso,

sin nadie.

Lloro y río,

porque sí.

Y la noche,

la noche se queda,

para perderme completamente en ella

y dejarla que se adueñe de mí.

miércoles, 9 de junio de 2010

¿Me quedaré sola?

Después de algunos amores fallidos, desilusiones aniquiladoras y un tiempo prudente estando sola decidí ponerme a pensar en las cualidades que tiene que tener el hombre que necesito. Una amiga me contó una vez que había hecho una lista y “Dios me lo mandó igualito”; otra, me dijo que había pedido que cuando le llegara su one, este debía tener una placa de metal en el brazo. Conoció a un francés divino y se hicieron novios. Al cabo de un tiempo se enteró que este europeo tenía, efectivamente, un metalcito debajo de la piel.

¿Cuentos locos? ¿Uno en un millón? Yo no sé. Decidí creer, quizás por mi espíritu siempre romántico y mis ganas de ser cualquiera de las princesas de Disney. Pensé y pensé hasta saqué una hoja amarilla y un lapicero negro y empecé a describir a my one.

Yo quiero un hombre que ante todo se muera de amor por mí. Que se derrita lentamente con mirarme. Que no se aguante las ganas de decirme que me ama. Que me llame a contarme bobadas. Que su voz sea lo último que escuche por las noches y lo primero en las mañanas.

Yo quiero un hombre que sea fiel. Suficiente con los perros. Un tipo que no busque a otras porque conmigo lo tiene todo. Un man que sepa lo que tiene y lo valore. Que sea honesto y que, no importa qué tan fea, me diga siempre la verdad.

Yo quiero un hombre que tenga un excelente sentido del humor. Que se ría de mis chistes bobos y que me haga reír con los suyos. Alguien con quien, así sea viendo televisión, lo pase increíble.

Yo quiero un hombre que sea inteligente. Que tenga metas claras y que sepa lo que quiere. Que sea echado pa´adelante para que yo no tenga que empujarlo. Que se mantenga positivo y que sepa enfrentar las adversidades.

Yo quiero un hombre que se derrita por los niños. Que quiera tener los suyos propios pero que sea especial con los de los demás. Un hombre que no tenga miedo de tirarse al piso para jugar con ellos. Que no le importe mancharse la camisa con pinturas y plastilina.

Yo quiero un hombre que sea romántico. Que me diga al oído que lo traigo loco. Que le grite al mundo que consiguió a quien tanto había esperado. Que sea considerado y tenga en cuenta mis sentimientos. Que me respete, ante todo. Que considere nuestra relación una prioridad.

Yo quiero un hombre tolerante. Que vea nuestras diferencias como enriquecedoras. Que no se desespere con mis ocasionales berrinches de niña chiquita y que sepa sobrellevar mi intensidad y mis rasguitos obsesivos. Que me quiera como soy y me acepte así tal cual.

Yo quiero un hombre que sea estable. Que aunque tenga sus ups and downs, como todo el mundo, no se me enloquezca o me deje tirada por un arranque. Lo quiero constante, que me demuestre siempre que me adora y que está pensando en mí.

Yo quiero un hombre al que le guste la música. No tiene que ser cantante o bailarín profesional. Solo que la disfrute. Que me dedique canciones porque describen lo que él realmente siente y no porque están de moda. Que me escriba también cartas de amor. Tampoco pido que sea un poeta. Con que me escriba cositas tiernas está bien.

Yo quiero un hombre que sea tierno y que me consienta hasta más no poder. Que también se deje consentir. Un hombre que me abrace por las noches y me bese porque sí. Que me ponga sobrenombres de esos cursis que uno inventa cuando está enamorado. Que deje que yo también le diga algunos. Que sea amoroso siempre, siempre, siempre.

Yo quiero un hombre que sea familiar. Que considere a su familia lo más importante. Que yo no tenga que obligarlo para que llame a su mamá. Que no quiera vivir tampoco metido en la casa de sus padres. Que quiera a mi familia como a la propia. Que se lleve bien con mis papás, con mis hermanos y hasta con mis perritas, si es posible.

Yo quiero un hombre que se entienda con mis amigas. Que ellas lo aprueben y me digan “este sí es”. Que no me haga sufrir por bobadas y que entienda que si lo hace, a ellas les va a molestar.

Yo quiero un hombre que no se asuste con el amor que le profeso. Por el contrario, que lo disfrute y que considere importante todo lo que hago por él.

Yo quiero un hombre al que le encante viajar. Que se aventure a recorrer el mundo conmigo. Que respete y valore las diferentes culturas y religiones. Que le gusten los idiomas y tenga interés por aprenderlos. Un hombre que sea culto.

Yo quiero un hombre que tenga un estilo de vida similar al mío. Que tenga excelentes modales. Que sea un caballero. Que no tenga vicios. Que sea sano y dado a que soy excesivamente asquienta, que sea limpio.

Yo quiero un hombre que sea filántropo. Que realmente se preocupe por los demás. Que no le duela meterse la mano al bolsillo para ayudar a aquellos que lo necesitan.

Yo quiero un hombre que sea sensible. Que no le de miedo mostrarme sus sentimiento o llorar en mis brazos. Un hombre que no tema emocionarse demasiado. Que pueda contarme lo que siente, lo que piensa. Que confíe en mí.

Yo quiero un hombre que tenga facilidad para pedir perdón. Que sepa admitir cuando actuó mal. Que no sea ni orgulloso, ni rencoroso, ni vengativo.

Yo quiero un hombre que crea en mí y en mis sueños. Alguien con quien pueda crecer tomados de la mano. Que él me impulsé a mí y que yo lo impulse a él.

Yo quiero un hombre que tenga unos ojos coquetos y una sonrisa traviesa. Del físico no pido más.

¿Será que estoy siendo muy exigente? ¿Me esperará él como tanto yo lo he esperado? Este es el que ES y todos los demás son nada más por el ratico.

¿Ese hombre si existirá? Más le vale que sí, porque si no, inevitablemente, me quedaré sola. Yo de esa lista ya no me bajo.