martes, 1 de marzo de 2011

Los amores del siglo 21


Siempre he considerado que mis hermanos y yo somos infinitamente afortunados. Hemos sido bendecidos con una mezcla que nos ha enseñado a ser un poco más tolerantes, a interesarnos por lo que hay afuera y a entender que el amor todo lo puede. Mi papá es libanés, musulmán y habla en árabe. Mi mamá es colombiana, católica y se comunica en español. Se vieron por primera vez en un aeropuerto (sí, es una historia romántica, pero me la guardo para otro momento) y llevan ya 27 años de casados.

Quizás, por haber visto el ejemplo de mis padres y obviamente por mi naturaleza empalagosamente romántica, he creído en las historias de amor poco convencionales. Más en estos tiempos de tecnología, en donde los riesgos se toman, los miedos se sacuden y lo complicado provoca. Es la era de Blackberries, de Facebook y de Skype.

Atención, por favor, a estas historias, que jurado, todas son las que le pasan a las mujeres de mi vida. Prometidísimo que el romanticismo y la imaginación no me llegan para tanto.

Un brasilero, que vive en Egipto, ve a la hermana de uno de sus amigos en una foto y decide que la quiere conocer. Llega de vacaciones a Colombia. Se conocen. Él es un hombre bueno y tranquilo, diferente a los que ella siempre se había encontrado. Se coquetean, se toman fotos, se enamoran. Él se va, ella se queda. Se encuentran en Paris. Él vuelve a visitarla. Se vuelve a ir, pero está por volver nuevamente. Y el brasilero se le quedó, con todo y su portuñol, a mi gran amiga, que es divina como todas mis amigas, en el corazón.

Ella llegó a Bogotá de Barranquilla, él, llegó de Cali. Se conocieron en la universidad y se hicieron mejores amigos. Durante esos años lo compartieron todo. Se complementan perfectamente. Ella es increíble, y él, también. De repente, la amistad se les convirtió en amor. Sí, después de 7 años de conocerse. Hoy en día, ella, que es una de mis mejores amigas, lleva casi tres años siendo mucho más que la amiga con derechos de su mejor amigo.

Todos los días cuando iba para la universidad, en su carro, ella veía a dos apuestos muchachos parados en la calle. Un día, ellos, medio atrevidos, le estiraron la mano. Ella, más atrevida todavía, paró el carro y les preguntó a dónde iban. También para la universidad. Con uno de ellos hubo química. Empezó el flirteo, se fueron conociendo. Él resulto ser la persona que ella tanto había esperado. Amoroso, tierno y dedicado. Mi incondicional amiga y el chico del carro son novios desde hace ocho años.

Una de mis muy lindas niñas, después de tener una relación eterna con el tipo menos indicado para ella, y de unos cuantos príncipes-sapos en la mitad, encontró al hombre de su vida en uno de sus compañeros de estudio. La química entre ellos era evidente, pero cada uno tenía sus relaciones tormentosas. Cuando ambos eran libres decidieron probar qué tanto funcionaban. Los dolores del pasado se hicieron presentes y el huyó. Al cabo de unos meses volvió con valentía, dispuesto a entregarlo todo. Ella lo recibió. Se enamoraron locamente. Él se fue a vivir al exterior. Decidieron llevar las cosas un día a la vez y planeando, únicamente, el próximo encuentro. De eso, ya van dos años y en unos cuantos meses van a poder volver a vivir su amor libremente en la misma ciudad.

Otra, se fue para Alemania. Conoció a un colombiano, entre los muchos que se encontró por allá. No cruzaron más que un par de palabras. Él tenía una relación, y la estadía de ella en ese país era muy corta. Pasaron dos años y el la contactó por Facebook. Empezaron a enamorarse, sin haberse vuelto a ver siquiera. Todo coincidió para que se volvieran a ver en Alemania. Antes, ella debió hacer una parada en Praga. Él fue hasta allá a recogerla. Desde ese día no se han vuelto a separar.

Lo de mi amiga, que es tan positiva y tan segura de sí misma, es de locos. Ella tiene papá uruguayo y mamá peruana, se siente un poquito chilena y vive en Colombia. Se fue un verano a Estados Unidos y allá conoció a un francés. En días se enamoraron locamente. Cada uno se regresó a su país. A los seis meses él le había comprado el tiquete a ella para que se fuera a visitarlo a Paris. Ella se fue y él se quedó. Lo hicieron todo para verse, por lo menos, dos veces al año. El venía a Colombia, y ella empezó a pasar sus navidades en Francia. Como me dijo él una vez, los dos le metieron el 200 por ciento. Ahora mismo están juntos en Paris. Vencieron las pruebas que la vida y el distancia les han puesto, y han pasado más de tres años desde que se vieron por primera vez.

Uno siempre ha visto en las películas que hay parejas que se conocen en los aviones. Me parecía una locura porque a mí, por lo menos, jamás me ha tocado ningún hombre medianamente interesante que me haya despertado ganas de algo más. Pues a una de mis amigas, la que siempre regala una sonrisa sincera, le pasó. Ella llegó corriendo y vio que en el puesto de al lado suyo estaba sentado un hombre lindo. Como quien no quiere la cosa, le preguntó a él que cómo se llenaba uno de los apartados del formato de inmigración. Él le contesto parco. Ella, indignada, lo ignoró y se puso a leer su libro. Él enseguida le hablo. Hablaron todo el vuelo, que en realidad apenas duró una hora. Él le escribió después por Blackberry y se siguieron escribiendo. Ella vivía en Barranquilla, él en el exterior. Por esas cosas coincidencias chistosas de la vida, a él lo trasladaron. Hoy ambos viven en Barranquilla y desde hace casi un año no han dejado de hablarse, de escribirse, de quererse.

Mi amiga, que es tan hermosa y llena de vida, está viviendo una historia parecida a la de mis papás. Ella es americana, su padre es libanés y su madre es peruana. Ellos tuvieron que vencer la barrera del idioma y el choque cultural, pero comparten una creencia religiosa católica. Después de corazones rotos y momentos de soltería, conoció a un turco musulmán. Los presentó, en Estados Unidos, un amigo en común. Él la llevo a tomar vino y a comer. Se enamoraron perdidamente. Juntos, como mis padres y los de ella, decidieron vencer el miedo que trae consigo el pertenecer a mundos diferentes. Ella lo hizo porque cree que él es genuinamente considerado y tiene buenas intenciones. Con él, se siente segura y protegida. Él, lucha por lo que quiere, y ella, por primera vez, siente que está en una relación por todas las razones indicadas. La distancia a la que en ocasiones se han visto enfrentados, la lengua y las creencias distintas solo han fortalecido esta relación que empezó desde hace más de un año.

La más maravillosa de mis princesas se enamoró locamente, en tan solo un día, de un israelí. Él la hizo sentirse viva nuevamente, le regaló pasiones que hace tiempo no sentía, e ilusiones que le dan la certeza de que hay hombres maravillosos allá afuera. Él se fue y ella se quedó. Pero no se quedó sola: él le dejó la inspiración para seguir escribiendo infinitas historias de amor.
Historias como esas hay un millón. Y debo confesar que me mueve cada fibra del alma escucharlas. Por eso, un día, hablando con una de mis hermanas de tantas cosas increíbles que nos pasan a ella, a mí y a nuestras amigas, le pregunté: ¿todas estas historias qué? Ella, que es mi complemento perfecto porque es mi parte racional, sonrió, encogió los hombros y me contestó muy sabiamente: Esto es lo que nos toca vivir. Son los amores del siglo 21.