jueves, 17 de febrero de 2011

Cuando el amor se muere


Cuando el amor se muere no hay absolutamente nada que pueda resucitarlo. Ya no valen las ganas, las promesas, los cambios. Los gritos, ni el llanto. Las esperanzas, los días compartidos, los sueños en común. Cuando él se muere, lo único que queda por hacer es dejarlo morir dignamente.

Tengo que confesar que nunca pensé que el amor se acabara. Tuvo que pasarme a mí para aprender y dejar de juzgar. A mí, que me creía invencible; a mí, que soy una romántica empedernida; a mí, que creo en las historias de amor y en el para siempre; a mí, que pienso que el amor todo lo puede y que es la fuerza más poderosa del mundo.

No recuerdo bien en qué momento fue. Supongo que fue algo progresivo. Después de acumular decepciones, resentimientos y monotonía. Adentro algo me decía que saliera corriendo, que huyera, que no estaba recibiendo lo que necesitaba. A esa voz la silenciaba y me hacía la loca. Seguía como si nada para no tener que enfrentarme a la realidad. El diálogo interno, sin embargo, permanecía constante: un poquito más, él es un hombre tan bueno, si ya hemos pasado por tanto, nos merecemos otra oportunidad, tenemos que seguir, esto no puede pasarnos a nosotros que nos queremos tanto. Creo que lo que yo viví, les ha pasado, les pasa y les está pasando a muchas…

Cuando uno conoce a una persona con la que hay una química increíble, se torna difícil controlar las cosas. Empieza a surgir un amor intenso, de esos que hacen que las mariposas dormidas se despierten bailando. Uno empieza a conocerse, a entenderse, a quererse. Besos van y besos vienen. La vida se ilumina, uno sonríe más, lo ve todo más bonito. Uno no puede creer que lo que está viviendo sea real. El corazón late a mil por hora y empezamos a hacer cosas que antes jamás habíamos imaginado. Uno se cuenta las intimidades que nunca le ha dicho a nadie, abre el corazón sin reparos. Empieza a hacer planes, a soñar. Uno vive más intensamente y disfruta cada segundo. Que afortunado se siente uno por haber encontrado a esa persona. Que delicia y que bendición es estar enamorado.

Con el paso del tiempo, las inseguridades empiezan a asomarse. Todas esas cositas que nos parecían fascinantes del otro, empiezan a molestarnos. Los celos se instalan y los reclamos se vuelven constantes. Siempre uno de los dos da más. Los roles por lo general se intercambian, dependiendo del momento que viven. El sabor amargo de la decepción remplaza a la dulce miel inicial. Uno empieza a darse cuenta que quizás idealizó a la pareja. Que le puso atributos que no tenía. Que no lo llena. Que los estilos de vida son diferentes. Que están en etapas de la vida dispares. Que uno, poco a poco, se ha ido quedando sin fuerzas. Es darse cuenta que esa persona que uno tanto ha amado, se ha convertido en un desconocido.

Cuando el amor se muere, quizás, lo más difícil es aceptar que se ha acabado. Que todo el tiempo que uno le invirtió a esa persona y a la relación se fue a la basura. Lo doloroso es empacar maletas y salir de ahí. Es no querer hacerle el daño al otro que ha sido tan “bueno” con uno. Es dejar de lado la culpa por no seguir queriendo, por desear otras cosas, por hacer otros planes. Que terribles son los miedos y las preguntas que se vuelven incesantes: ¿encontraré a alguien más que me quiera? ¿Volveré a enamorarme? ¿Y si él es el amor de mi vida y lo pierdo? ¿Cómo le puedo estar haciendo esto a este hombre que me ha dado tanto? ¿Me quedaré sola? ¿Me arrepentiré?

Creo que es precisamente el temor que sentimos el que hace que nos quedemos en una relación más de lo que debemos. Lo veo en las relaciones tóxicas de mis amigas con sus príncipes-sapos. Lo vi, también, en algunas de mis relaciones. Pareciera que uno a veces quisiera tener a alguien seguro para sentirse segura, así esa persona ya no despierte ni ganas de darle un beso. La culpa es una asesina de almas. Uno se siente como una bruja malvada y egoísta. Se siente frustrada, cruel y desalmada.

Una vez, una amiga me dio un ejemplo que me pareció tan claro como aterrador: llega un momento en la relación en el que, simplemente, te desconectas. Y literalmente es así. Es como si desconectas la nevera o el televisor. Obviamente deja de funcionar. Igualito pasa con el corazón. Con el agravante que ese cable, al ser desconectado, se autodestruye, perdiendo así la capacidad de volver a conectarse. Es en ese preciso momento en el que uno sabe que la decisión es irreversible. Hay que ponerle punto final a la cosa.

Después de haber estado de ambos lados de la moneda, tengo que admitir que salirse de una relación es quizás más difícil que aceptar que lo dejen a uno. En este caso a uno le toca buscar valor de dónde sea y llenarse de fortaleza porque le toca asumir el papel de villano. Es saber, con certeza, que uno es el que se aleja y que el otro se queda queriendo solo. Es tan doloroso que uno siente que se muere. Sí, señor. Uno se acuesta llorando por las noches, y se despierta empapadito en lágrimas. El dolor en el pecho es tan asfixiante que uno no puede moverse. Las preguntas y la culpa te acarician todo el día.

A medida que pasan los días, y para cumplir a cabalidad con el sabio dicho que promete que el tiempo todo lo cura, uno empieza a darse cuenta que tomó la mejor decisión. Se entera que el otro también sabía que la relación no funcionaba, incluso primero que uno, porque se refugiaba, desde hacía rato, en brazos de otra. La diferencia fue que, quizás, la otra persona no encontró el valor para terminar lo que tenía que ser terminado.

Sin reparos, afirmo que el amor se muere. Y, sin culpa ni miedos, digo que eso está bien. Nada dura para siempre, así que hay que disfrutar mientras se pueda. Fracasar en el amor, no es en realidad ningún fracaso. Son aprendizajes y experiencias fortalecedoras. Es sentirse afortunado por haber amado y haber sufrido. Es saberse un ave fénix que vence las adversidades y las pruebas que se presentan en el camino. Algunas cosas tienen que morir, para permitir que otras nazcan. Ese es el ciclo de la vida. Es la búsqueda constante de los que creemos en la fuerza del amor.

Esta es mi forma de cerrar mis capítulos. De soltar todo aquello que, hasta el momento, no había podido o querido dejar ir. Esta soy yo dándoles infinitamente las gracias a los hombres que pasaron por mi vida. Todos ellos, a su manera, me dieron herramientas para entender el amor como lo entiendo hoy en día y para ser la mujer que soy. Aquí, les pido perdón sincero a aquellos a los que les arranqué el corazón y les hice daño. También perdono con el alma a los que me volvieron miga. Los dejo ir, hoy y para siempre, con la certeza de que si tuviera que elegir, absolutamente todo lo hubiera hecho de la misma manera. Que sean libres y felices de enamorarse nuevamente y que encuentren a alguien con quien quieran hacerlo todo para que el amor no se acabe. Alguien por quien luchar, día a día, tomados de la mano. Eso quiero para ellos, y eso quiero para mí. Porque cuando se cierra con firmeza una puerta, hay que abrir las ventanas de par en par. Porque con cada despedida llega siempre la posibilidad de un nuevo encuentro.

lunes, 14 de febrero de 2011

Azul

Azul,

que me calmas la sed de amor.

Azul,

que todo lo sabes y todo lo entiendes.

Azul,

que permaneces ahí.

Azul,

que me acompañas constante.

Azul,

que no me dejas morir.

Azul,

con manchitas de rosa como esperanza de lo que ha de venir.

Azul,

que calientas mis noches.

Azul,

que me haces feliz.

Azul,

de poder infinito.

Azul,

que lo calma todo.

Azul,

del que todo lo sabe decir.

Azul,

de emociones intensas.

Azul,

de ganar de vivir.

Azul,

te necesito aquí.

Azul,

acude a mí con tus fuerzas.

Azul,

no te apartes de aquí.

Azul,

abrázame con vehemencia.

Azul,

así se vayan todos,

tú nunca te alejes de mí.

sábado, 12 de febrero de 2011

La noche

En el silencio inerte de la noche,

en la soledad eterna

de estar sin ti.

En los miedos construidos de niña

y las ganas constantes por salir.

En los sueños movedizos

de tierra

y la falta de fuerzas

para seguir.

La locura desmedida revienta

y las preguntas se apoderan de mí.

La burla de impotencia se asienta

y por la noche no me deja dormir.

Los besos secos de ayeres

y las ansías de ver, desde aquí,

la esperanza de las noches mejores,

en donde la angustia me deje vivir.

Susurros de amores a medias

y nostalgia de las risas sin fin.

Rebusco entre los escombros

de arena

lo que me ata a ti.

Pienso y pienso,

sin nadie.

Lloro y río,

porque sí.

Y la noche,

la noche se queda,

para perderme completamente en ella

y dejarla que se adueñe de mí.