martes, 25 de mayo de 2010

Ya no quiero quererte

Ya no quiero quererte,
porque tu amor me sabe amargo.
Ya no quiero quererte,
ni extrañarte en las noches de agonía.
Ya no quiero quererte,
ni creerte.
Ya no quiero quererte,
ni seguir viviendo en los matices de la ironía.
Ya no quiero quererte,
ni quiero querer que estés presente.
Ya no quiero quererte.
no quiero vivir pendiente de tus ires y venires.
Ya no quiero quererte,
para ver si así te alejo de mi mente adolorida.
Ya no quiero quererte,
ni soñar con tu cara de niño y tus sueños de grande.
Ya no quiero quererte,
para que no me duela no verte.
Ya no quiero quererte,
para tolerar el silencio de la ausencia y la burla de las causas perdidas.
Ya no quiero quererte,
ni sentir adentro esta pasión desmedida.
Ya no quiero quererte,
ni entenderte.
Ya no quiero quererte,
ni esperar que me quieras.
Ya no quiero quererte,
no de esta loca manera.
Ya no quiero quererte,
para no esperar nada a cambio.
Ya no quiero quererte,
porque no quiero haber amado en vano.
Ya no quiero quererte,
me cansé de la inestabilidad.
Ya no quiero quererte,
porque el miedo no me deja despegar.
Ya no quiero quererte,
porque de pronto te vas.
Ya no quiero quererte,
porque necesito más.
Ya no quiero quererte,
quiero seguir sin ti.
Ya no quiero quererte,
porque tú no estás seguro de querer ser parte de mí.
Ya no quiero quererte,
y te quiero olvidar.
Ya no quiero quererte,
desaparecerme para que me empieces a extrañar.
Ya no quiero quererte,
ni verte jamás.
Ya no quiero quererte,
ni temer perderte una vez más.
Ya no quiero quererte,
y lo voy a intentar.
Quizás de pronto así tu me empieces a amar.

sábado, 15 de mayo de 2010

Si nunca fue, jamás será

Yo todavía no sé por qué las mujeres nos empeñamos en cangrejear. Cómo nos gusta volvernos a enredar con ese príncipe-sapo que nunca fue ni nunca lo será. Ya no sé si es amnesia temporal o ganas desmedidas o nostalgia por el pasado. ¿Acaso cuando se nos terminó el idilio y nos dejaron queriendo solas no repetimos y juramos que nunca más?

Parece que, en efecto, el tiempo sanara todas las heridas. Que va, no solo las sana: el tiempo, a veces, es tan cruel que las borra por completo. Todas las peleas, las decepciones, los gritos, los celos y los engaños se desaparecen así sin más.

Soñadoras ilusas. Creyentes de las segundas, terceras o infinitas oportunidades. ¿No queda claro que cuando uno termina con alguien por algo es?

Cuando a uno lo dejan vuelto nada porque sí, porque se cansaron, se enamoraron de otra o se les acabó el amor duramos cada minuto del día dándonos látigo, repasando la escena una y otra vez, pendientes del celular y fantaseando locamente con que algún día volverá, con que el tonto va a recapacitar, que cuando se le acabe la escoba nueva va a volver porque, irónicamente, para ellos, también vale más mala conocida que buena por conocer.

Cuando vuelve, algunas, las más buenas, lo reciben con los brazos abiertos. Se les empacan con lazo y todo. En bandejita de oro, si se prefiere. Cangrejean hasta morir, hasta saciarse y hasta cansarlos. Aunque inicialmente el idilio haga olvidar el dolor y lo pasado y saque solo lo bueno, con el tiempo (bendito tiempo) todo lo malo, lo feo y lo regular empieza a emerger y se da, inevitablemente, la sensación de que todo va a terminar, incluso peor, que la vez anterior. Y sí, el príncipe-sapo se vuelve a ir, o uno lo echa y se queda sola con sus recuerdos, con el corazón roto y la rabia por haberlo vuelto dejar entrar.

Está, también, la que quiere venganza. La que desde que la dejaron sueña día y noche y noche y día con lo que va a decir, con lo que va a hacer. Ella maquina lo que se va a poner, cómo se va a mover. Se repite que él se arrepentirá. Que volverá de rodillas. Repasa mentalmente los puntos débiles del bobo (porque para conocerles el taloncito de Aquiles sí somos muy buenas). Piensa en cómo va a hacerlo enamorarse como loco para luego dejarlo solito en la mitad. A esa creo que le va peor. El plancito se le revienta, como decimos vulgarmente, le sale el tiro por la culata. Se la hacen, una vez más, y las tácticas de guerra le quedan como un recordatorio burlón de lo que nunca fue.

A veces los odio, sí, a los príncipes-sapos de mi pasado. Los odio porque es como si supieran cuando estoy resurgiendo de las cenizas. Es como si supieran cuándo estoy bien, cuándo dejé de pensar en ellos y cuándo estoy volviendo a disfrutar libremente coquetear con otros hombres. Es como si supieran los desgraciados porque justico en ese instante se aparecen en mi vida y me revuelven el piso. Me ponen a pensar, nuevamente, en lo que no fue y pudo ser. En la falta que me hacían y en todos los sueños por cumplir. Atrevidos, llegan a mi vida y se instalan, sin haber sido invitados. Yo me debato entre la buena y la vengadora. No sé si gritarle que lo amo y servirme en bandejita o si lo hago sufrir y aguantar hasta el llanto. Me pregunto cuál será la fórmula secreta y poco a poco entiendo que no hay salida segura y que en cualquiera de las dos posiciones corro alto peligro. Suelto y aflojo e inevitablemente caigo en el abismo y me hundo hasta el cuello porque jamás he sido buena para los juegos de amor.

No sé ni qué día es ni en dónde estoy. Solo floto en una nube de sonrisas tontas y promesas de cristal. Mis amigas se alarman, me advierten que la gente no cambia, que ese sigue siendo el mismo principín de siempre, que esté alerta porque me van a romper el corazón, que piense en lo poco o nada que ese tipo me ofrece.

Evidentemente, no les hago caso. Me tiro de cabeza y me la juego toda. Repito que esta vez yo tengo el control. Que el bobo ese no me va a hacer lo mismo, que esta vez sí me va a querer, que ahora sí va a dejar su cobardía de lado y va a luchar por mí. Digo que estoy tomando decisiones informadas, que ya estoy grandecita y que sé perfectamente lo que estoy haciendo. Borro los dolores de ayer y saco mi maleta cargada con sueños de mañana.

Pasan los días y disfruto mi recién resucitado romance. Me siento afortunada, dichosa y plena. Siento una satisfacción ridícula porque no puedo creer que se me estén dando las cosas. Qué él como ha cambiado, que yo, también. Que cómo hemos madurado. Que tanto que me conoce, que cómo lo conozco yo a él. El miedo que sentía se desvanece y me siento en la cima del mundo. Juro, mil veces, que mi príncipe se convirtió en rey.

Luego, empieza a desaparecerse después de conversaciones intensas. Me hace promesas de mentira y las rompe. Me quedo mirando el celular para ver si llama o si me manda un mensaje o alguna otra señal de vida. Siento en mi cabeza la música angustiante de las películas de terror que anuncian cuando algo terrible va a pasar. Veo las caras de mis amigas que me repiten “te lo dije”. Por fin lo entiendo: me volvió a pasar lo mismo. Pero, ¿qué hice? ¿Por qué otra vez si actúe tan diferente? ¿Por qué lo dejé entrar? ¿Por qué le di el poder? ¿Por qué, por qué, por qué? Llegan las lágrimas, la rabia y la nueva sed de venganza. Después todo pasa y entiendo que la que se convirtió en reina fui yo y que, lastimosamente, él terminó siendo el mismo príncipe-sapo de siempre.

Probablemente estas palabras se queden en el aire. Quizás la buena y la vengadora le den una nueva oportunidad al desgraciado. De pronto todavía espero que aparezca, con sus inseguridades y su cobardía, y me revuelva toda. Sin embargo, creo que es válido hacer el intento y con el orgullo hinchado hacerles a mis amigas una invitación a no volver a cangrejear. Aunque estoy segura de que debe haber muchas historias de cómo volver con el ex les cambió positivamente la vida, por lo general siempre acaban mal. Más que nunca, estoy de acuerdo con lo que uno de mis ex novios, con el que cangrejié varias veces, me dijo una vez: las segundas partes, como en las películas, jamás son igual de buenas. Así que, amores de mi pasado, por favor, quédense en el pasado.

domingo, 9 de mayo de 2010

Vuelvo y caigo

Vuelvo y caigo.
Inevitablemente, como siempre,
pienso en ti.
Recuerdo los recuerdos olvidados
y la nostalgia me abraza por las noches.
El alma desgarrada
y las ilusiones de derroche.
Lagrimas, ¿ya para qué?
Risas, no entiendo por qué.
Amores estancados,
pasiones sin vivir.
Ganas rotas
y ansias por salir.

Vuelvo y caigo.
Tú ya no estás.
Fotos por la mitad.
Sueños que parecen pesadillas
y miedo de volar.
La soledad y yo,
solas las dos.
Dudas y dolor.
Incertidumbre
y vacío el corazón.
Mares de decepciones,
de castillos en el aire
y de un amor que nunca despegó.

Vuelvo y caigo.
Tú reapareces.
Promesas y cambios aparentes.
Vuelvo y caigo.
Errores remendados,
resoluciones por cumplir.
Vuelvo y caigo.
El baúl de los recuerdos
a la fuerza se trata de abrir.
Sí, vuelvo y caigo,
pero jamás volverá a ser igual.
A la rabia la dejé partir.
Vuelvo y caigo y esta vez quiero creer que te quedarás aquí.